No me gusta lo que acabo de escribir; pero estoy obligada a
aceptar todo el párrafo porque él me ha ocurrido.
No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que es pasible de tener sentido. yo no: lo que quiero es una verdad inventada.
Pero arriesgo, vivo arriesgando. estoy llena de acacias que se balancean amarillas, y yo que apenas he comenzado mi jornada, comienzo con un sentido de tragedia, adivinando hacia qué océano perdido van mis pasos de vida. y locamente me apodero de los desvanes de mí, mis desvaríos me asfixian de tanta belleza. Soy antes, soy casi, soy nunca. Y todo eso gané al dejar de amarte.
No dirijo nada. Ni siquiera mis propias palabras. Pero no es triste: es humildad alegre. Yo, que vivo al costado, estoy a la izquierda de quien entre. Y en mi se estremece el mundo.
Y en mi noche siento el mal que me domina. Lo que se llama un bello paisaje no me causa más que cansancio. Lo que me gusta son los paisajes de tierra reseca, con árboles retorcidos y montañas hechas de roca y con una luz alba y suspensa. Allí, sí, allí está la belleza recóndita. Sé que tampoco te gusta el arte. Nací dura, heroica, solitaria y de pie. Y he encontrado mi contrapunto en el paisaje sin elementos pintorescos y sin belleza. La fealdad es mi estandarte de guerra. Yo amo lo feo con un amor de igual a igual.
Este texto que te doy no es para ser visto de cerca: gana su secreta redondez antes invisible cuando es visto desde un avión en alto vuelo. Entonces se adivina el juego de las islas y se ven canales y mares. Entiéndeme: te escribo una onomatopeya, una convulsión del lenguaje.