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Pedro Lemebel despide a Chavela Vargas


Pululan por estos días las despidas a la gran Chavela. Circulan por la web entrañables textos de sus amigos. Les dejo mi preferido, el de la Lemebel.


Las trenzas de Macorina, Pedro Lemebel.

Me lo contaron, lo supe de oídas, pero nunca tuve la certeza del cuento. Del origen poco me acuerdo, pero la última versión me la contó una loca que mas que confirmar el asunto, lo estalló en la fabula delirante de la crónica oral donde todo puede ser, donde es posible el “dicen dijeron”. Y la historia es demasiado bella para aplicarle la veracidad objetiva de la investigación periodística. Por eso dejo fluir en estas letras la escritura del hecho donde la protagonista es Chavela Vargas, la gran voz del cancionero latinoamericano, la mujer que nació en Costa Rica pero ha hecho su vida en México y ronda los 80 años, pero sigue eterna bolereando la trizadura lésbica de su canto.

Chavela Vargas, toda una institución del México cultural, una artista que le dio al mundo lesbiano el himno de “La Macorina”, una canción que pareciera invertir la palabra maricona. “Ponme la mano aquí macorina, ponme la mano aquí”. Que hermosa forma de poetizar el amor entre mujeres.

Hace algún tiempo, Chavela dio un recital en Buenos Aires y la presentó Pedro Almodóvar, entonces muchos pensamos que teniéndola tan cerca era posible que cruzara la cordillera y se presentara en Chile, pero no pudo ser. El motivo no lo tengo claro, pero tal vez atestigua el mito de su única visita a este país en los años sesenta.

Por entonces Chavela era una mujer de mediana edad que lucía como su mayor tesoro dos trenzas oscuras, tan negras y tan indias como sus altivos ojos. También Santiago era otro en el despelote noctámbulo de la bohemia local. Y era habitual asistir a los espectáculos revisteriles que mostraba el teatro Bim Bam Bum, donde las vedettes exhibían su cutis maquillado de rubor.

Según corre el chisme, Chavela vino a cantar en esta sala cuando apenas era conocida por estos suelos sudamericanos. Llegó con su guitarra apretada bajo el brazo, como si llevara una compañera curvilínea y musical. Y así, con su potente voz, levemente enronquecida por unas copas, ella desplegó el pentagrama emotivo de su repertorio. Los aplausos reiterados sacaban más y más canciones que el público escuchaba conmovido. Pero cuando canto “Mundo raro”, el silencio de la sala era una concha de cristal a punto de quebrarse. Todos siguiendo con el alma la letra de la canción. “Y si quieres saber de mi pasado”. Todos murmurando bajito. “Les diré que llegue de un mundo raro”. Todos cantando a corazón desnudo. “Que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado” La ovación fue estruendosa y cuando Chavela salía del escenario, amortiguada por la felpa del cortinaje, escuchó una voz que le dice: Yo no he triunfado en el amor. Y allí, en la sombra de las bambalinas, envuelta en un capullo de plumas verde espanto, vió los bellos ojos de una vedette que tímida se atrevía a enfrentarla. Es solo una canción, yo tampoco he triunfado en el amor, le contestó Chavela con fracaso y ternura.

Y de ahí fueron noches y amaneceres que pasó la cantante embriagada de “ese olor a mujer”. Sus días en Santiago se desgranaron en copas y mas copas de tinto vino que amorataba el resuello morocho de sus labios. Hasta el alba cantándole al oído a la bailarina que se dejaba querer sin hacer ningún esfuerzo por corresponderla. Con ese enamorado ardor, la vedette se abanicaba, más bien dejaba que la cantante se pasara películas, y muy de vez en cuando le devolvía la pasión lésbica mirándola gatunamente. Pero en tal errado amor el tiempo paso rápido, y llegó la hora en que Chavela debía partir. Y en el minuto del adiós, en ese andén en que el corazón está a punto de ser derramado en todas sus letras, todo se entrega, todo se ofrece, como si la vida colgara del abismo mezquino de unos segundos.

¿Qué quieres que te deje de recuerdo?, le preguntó Chavela a la vedette con la voz temblando como flama. Si quieres te dejo mi sarape. Si quieres te dejo mi libro de cabecera o mi guitarra que me acompaña desde siempre. No me interesa nada de eso, dijo la mujer displicente, con una chispa perversa en el fondo de sus pupilas. En realidad casi nada, agregó después acariciando las trenzas que bajaban por la espalda de Chavela como serpientes de ébano. Si quieres mi pelo…te lo dejo, musitó la cantante con serena tristeza.
Y cuando Chavela se dio el tijeretazo, sus trenzas vivas gotearon la negra hemorragia del equivocado amor. Luego se fue, sin una caricia, sin un beso, caminando tranquila, serena, sin volver la cabeza, queriendo huir lejos de esta tierra que le arrebató sus trenzas indias con los dedos afranelados de la traición.

Llamadas de Ámsterdam, Juan Villoro (Interzona, 2007)



Historia de amor breve, no la historia en sí, sino las páginas que demora el narrador en contarla. Desde el comienzo sabemos que ese amor es parte del pasado, y sin embargo, no deja de ser presente. El relato cuenta la historia de Juan Jesús y Nuria, un pintor que suele exponer en esas galerías que saben aliarse al secreto y se ubican en el último patio de un centro cultural; y la hija de un corrupto funcionario del PRI.

El libro comienza con el relato de los restos fósiles de la pareja, la detallada descripción de los desastres menores de Juan Jesús, y de los pequeños gestos poblados de amor de Nuria. En el pasado vivieron juntos, en el presente la historia sucede en la calle Ámsterdam, en un barrio del DF mexicano, donde vive Nuria y donde está el teléfono público desde donde Juan Jesús la llama.

Ámsterdam era la ciudad donde iban a comenzar una nueva vida, para vivir de otro modo y que lo molesto fuera estimulante. Hoy, Ámsterdam es lo que quedó en el camino, lo perdido, y los personajes hacen de esa ciudad un espacio imaginario y su más genuino lugar de encuentro.

Es una novela de gestos, de sensaciones y de acciones, no hay muchas descripciones de espacios y lugares, las casas parecen no estar amuebladas y nada se dice sobre las ropas de los personajes. La mirada del narrador recorre esa relación con un desapego impasible y va diseccionando la historia, posándose en los más mínimos detalles.

Quien haya vivido la tristeza de una separación, no debería perderse el ambiguo dolor de atravesar esa pérdida de nuevo, de la mano de este relato.

Para leer a esa hora de la tarde en que el horizonte se tiñe de color sepia, mientras escuchas este tema

Tres Caballos, Erri De Luca (Trad. César Palma, Akal, 2007)



No sucede todos los días conmoverse hasta las lágrimas con un libro, tampoco que nos provoque leer en un par de meses casi toda la obra de su autor; y sin embargo, esto y muchas otras conmociones encerró para mí este primer desembarco en la obra de Erri de Luca.

Es imposible salir indemne de la lectura de sus libros, la escritura retumba en nuestras fibras más íntimas, nos salva de la vorágine del mundo. Cada libro de Erri es un hermoso refugio en el que descansar de las corridas y furias del día. Es aquello que tantos escritores buscan y tan pocos logran: alejarnos de nosotros mismos para navegar en las sensaciones y emociones que propone el texto, sentir lo que sienten sus personajes.

Sus historias y las palabras que elige para contarlas parecen simples, y sin embargo, su contenido es profundo y en cada línea están presentes las metáforas y una poesía que conmociona a cada párrafo. De Luca tiene una visión del mundo, un modo singular y distinto de vibrar la vida, hemos aprendido muchas cosas, dice, pero no hemos aprendido a vernos el alma “aprendimos el alfabeto, pero no sabemos leer los árboles”.

El personaje de esta novela vive desde hace mucho tiempo solo, su única compañía son sus plantas y sus libros. Una taberna del pueblo es su segunda casa, ahí es donde almuerza y lee, donde conoce a Laila, una trabajadora sexual de la que se enamora. A ella le cuenta su historia, su paso por Argentina y el horror vivido durante la última dictadura miliar.

Toda la novela es narrada en primera persona, y cuando este hombre relata su historia lo hace en tiempo presente, dando a entender que lo vivido no ha pasado, que aún persisten las heridas. No hay un solo verbo en el relato que remita al pasado, toda su vida es un presente. El narrador vive apasionado con la naturaleza, despreocupado del tiempo, en búsqueda del constante aprendizaje, su vida sencilla se asemeja a la metáfora de su vida.

No lo dejen pasar, por estos días los libros de Erri De Luca editados por Akal se consiguen por chaucha y palito en nuestra librería amiga.

Para leer acodados en una mesa de un bar antiguo, de esos que imaginamos plagados de historias, disfrutando un rico vino tinto, mientras suena este bellísimo tema.

La misma sangre y otros cuentos, William Goyen (Trad. Esther Cross, La Compañía, 2007)



Desde los primeros títulos que publicaron sigo atenta el catálogo de La Compañía, una editorial independiente que rescata del olvido textos de escritores poco visitados por lectores de lengua castellana, con excelentes traducciones, brillantes prólogos que abundan en información sobre los autores, y una delicada y hermosa estética en la edición de cada libro.

De la mano de esta editorial descubrí a William Goyen, que supo ser parte del gótico sureño, pero parece que no tuvo tanta suerte en asuntos de gloria y fama como el resto de sus compatriotas, y es el menos conocido por estas pampas de la caterva de buenos escritores que dio el sur profundo de los Estados Unidos.

Goyen escribe desde su lugar en el mundo y sobre aquello que conoce. Los diez cuentos compilados en este libro constituyen una forma inquietante, y de a ratos perturbadora, de ingresar en el paisaje, la gente y la idiosincrasia de Texas. La soledad, la naturaleza, el conservadurismo, el conflicto racial, y una violencia contenida que parece va a estallar en cada línea, construyen un mundo oscuro, habitado por personajes extraños y a su vez sumamente cotidianos. Goyen descubre una a una las capas de esos pueblos donde aparentemente no pasa nada, y nos muestra el óxido y la fragilidad de las estructuras y convenciones sociales. Se encarga de destrozar el sueño americano, que poco tenía que ver con la vida de los habitantes del sur (poco tiene que ver con la vida de cualquiera, pero eso es otra historia).

Sus personajes llevan a cuestas misterios y fuertes contradicciones, y la familia suele ser el escenario para desplegar sus historias, que suceden en medio de fuertes cambios sociales y culturales, donde el cemento, disfrazado de autopista o fábrica, invade los verdes campos. A partir de pequeños gestos, sus personajes despliegan resistencias cotidianas a esas embestidas del llamado progreso.

El libro incluye un posfacio de Esther Cross, su traductora, que resulta de imprescindible lectura para adentrarnos en el lugar que ocupa Goyen en la constelación del gótico sureño, en su mundo, y en la vehemencia por narrarlo: “No puedo librarme de donde he nacido”, lo cita, y en estos cuentos es donde mejor expresa como ese lugar lo tiene preso.

Para leer en el porche o el jardín de la casa, con una limonada en mano, mientras escuchas este tema.



Grieta de fatiga, Fabio Morábito (Eterna Cadencia, 2010)


Eterna cadencia, una editorial que apuesta a un catálogo que orbita entre la literatura, el ensayo y la crónica de autores consagrados y poco conocidos, ya lleva publicados dos libros de Fabio Morábito, y esta semana desembarca en las librerías de Buenos Aires su último libro de cuentos La vida ordenada. Vayan a su librería amiga y compren los libros de Morábito, porque puede llegar a no fascinarles, ni ser ese libro que está entre sus preferidos, pero les garantizo que van a disfrutar de su lectura, van a pasar un muy buen rato, y van a volver por más. Y es que hay algo en la escritura de Morábito que lo convierte en una recomendación infalible para todo tipo de lectores, desde los buenos y voraces, a aquellos que sólo leen libros de tapas con tipografía gótica y dorada con el simbolito de betseller incluido.
Es mexicano, pero nació en Egipto y creció en Italia, y además de cuentos,  novelas, ensayos y notas de opinión (suele ser bastante hilarante sus columna en la revista Ñ), escribe poesía. Y estas diversas identidades y roles son puestas en juego al momento de la escritura, en el modo, el tono y los tiempos elegidos para narrar.
El libro compila quince cuentos que suceden en espacios urbanos y modernos, aunque a veces nos lleva directo y sin escalas a la selva o al medioevo.
Con una prosa clara, sencilla, simple, que contiene un sinfín de guiños de complicidad con el lector, y está empapada de escenas tragicómicas y delirantes. Morábito cuenta desde el humor y con un cierto aire melancólico, el despliegue de las pequeñas obsesiones de sus personajes. Hay un trasfondo denso en los cuentos de Morábito, luego del punto final caemos en la cuenta de la gravedad y lo terrible de lo que allí ha pasado, sin lugar a dudas el espacio en el que se suceden las historias y el modo de narrarlas hace que esto se amortigue, y es después del punto final cuando las grietas asoman en toda su dimensión.
Un pedicuro que camina por la playa y fabula historias a partir de las huellas grabadas en la arena, un par de caballeros andantes que luchan en un duelo interminable debido al deplorable estado de sus armaduras, una mujer que fabula sobre el devenir de la vida de su hermana a partir de las letras borradas en un crucigrama, un soldado que adopta el caballo de Troya como su hogar, un lector que enloquece ante una palabra desconocida en el texto, y un adolescente que guarda con recelo el secreto de haber encontrado un gesto que lo hace único de su numerosa familia, son algunos de los personajes que pasean sus obsesiones por estas páginas.
Pero contar algo, tan poco, es traicionar una y otra vez el texto, porque es justamente en el despliegue de las historias, en cada frase donde radica su fuerza. Con este libro Morábito ha logrado una marca autoral, lo que a otros escritores les lleva toda una vida, o ni siquiera. Se sabe, escribir fácil es bien difícil.
Para leer mientras escuchas este tema.


Palabras prestadas: Steven Millhauser

August Eschenburg, Steven Millhauser, Interzona, 2004.


Porque muchas veces ocurre así: el Destino entra a los tumbos en callejón sin salida y hasta una vida entera puede ser un error.


Tenía la ambición de insertar sus sueños en el mundo, y si eran sueños errados los soñaría solo.


O acaso la verdad es que no hay ningún sino, ninguna trama, nada en absoluto salvo un hombre cansado que mira hacia atrás y lo olvida todo, menos detalles dispersos que el acto mismo del recuerdo compone en un destino.


Sabía que el mundo del comercio moderno obedecía a un principio omnipresente: la novedad. Era un principio divisible en dos leyes: la novedad es necesaria y la novedad nunca dura. La segunda ley también podía formularse así: la novedad de hoy es el hastío de mañana. 


Se preguntó si el destino no era una mera forma de olvido.

Helena y Rufus en la bilbioteca


El gran gran Rufus Wainwright se juntó con Helena Bonham Carter en una biblioteca, para filmar el video del tema que da nombre a su último disco, y salió éste despelote:

E


Missing, Alberto Fuguet (Alfaguara, 2010)




Llegué al libro de Fuguet sin haber leído ni una crítica o reseña, y ninguno de mis amigos lectores me había comentado palabra. Lo leí en el verano del 2010, a pocos meses de publicarse, y no tenía ni idea con lo que me iba a encontrar. Con la literatura de Fuguet, como con su cine, tengo una complicada relación de amor/odio, pero lo siento sincero y genuino, cero impostado, alejado de las lógicas del mercado editorial, algo que creo lo llevó a quedar por fuera de integrar cualquier canon literario latinoamericano.

Quedé absolutamente fascinada con este libro. Por la historia, por el modo y el tono de narrarla, es una de las mejores crónicas de familia de no ficción que se han publicado por estas latitudes.

Resulta que un día Alberto Fuguet decide buscar a Carlos Patricio Fuguet García, su tío hippie que desde hace casi 15 años se esfumó de la faz de la tierra. Nadie en su familia sabe dónde está. Fuguet busca el número de un detective privado y lo contrata. Lo primero que averigua es que no está preso ni lo estuvo en los últimos años. Tampoco fue reportado muerto, es probable que esté vivo. Así comienza la historia.

La pregunta que se hace Fuguet no es por qué su tío quiso perderse, sino por qué nadie quiso buscarlo. Y eso lo pregunta a su padre, sus tíos, en lo que es un intento por reconstruir la historia familiar. De alguna manera, él también estaba alejado de su familia, y con este libro busca acercarse, llevar adelante un exorcismo familiar, que finalmente lo ayudó a encontrarse con su familia y a reconciliarse con su padre. Escrito en clave absolutamente autobiográfica, desde el vamos Fuguet se sincera y lo deja en claro “Aquí no hay un afán exhibicionista, sólo dudas, curiosidad historia. No quiero herir a nadie pero sé que algunos se sentirán, con todo derecho, heridos. No es la idea pero sé que va a ocurrir. Llevo años tratando de buscar la manera para que eso no suceda, no la he encontrado. Si no duele, no vale creo que escribí una vez. Mis putas frases para el bronce.”

Un libro de no ficción narrado como una novela, donde las reflexiones sobre el oficio literario, qué es la literatura, para qué sirve, cuál es la misión del escritor, atraviesan cada una de sus páginas. En este libro Fuguet nunca se olvida que es hijo y escritor, y esas identidades están puestas en conflicto todo el tiempo, pero también aparecen reconciliadas es lo que me toca, es mi trabajo, mi misión: soy el escritor de la familia”.

Para leer en vísperas de navidad, cuando el dilema de quién lleva el vitel thoné deja aflorar los más viejos rencores familiares, mientras escuchas este tema.


Y como comentamos en otra entrada, no dejen de visitar la página liderada por Alberto Fuguet que reúne largos y cortometrajes independientes latinoamericanos.

El velorio de mi casa, Gonzalo Celorio (Aldus, 2006)



Cuando me decidí a escribir sobre este libro, caí en la cuenta que no son muchos los libros que leí sobre velorios, y menos uno donde lo que se vela es una casa. Recordé los patios con macetas y música de radio donde sucedían los velorios de Cortázar, y pensé que si Celorio leyó ese texto, optó por no seguir ninguno de los rituales que ahí se mencionan.

Después de 17 años, la dueña de la casa donde vive Celorio decide rescindir el contrato de alquiler. El debe abandonar en pocos días la casa en la pensaba vivir hasta el momento de su muerte, donde le gustaría que sus hijos velaran su cuerpo. En vez de eso, se anticipa al luto, y vela la muerte de su casa. Los preparativos para la mudanza marcan el inicio del duelo, y al mismo tiempo el  comienzo de la escritura de este maravilloso libro.

Cada rincón de la casa es detalladamente  descripto y adjetivado de una forma cálida y exquisita, incluso los rincones más oscuros cobran luz, uno tiene la sensación que puede entrar a esa casa con los ojos cerrados y reconocerlo todo, hasta los colores y aromas que la contienen. Logra que tengamos una familiaridad con ese espacio, con la cotidianeidad allí desplegada y con los pequeños ritos del hacer diario. Las imágenes de la casa quedan instaladas en nuestros sentidos como fotografías, a punto de salirse del marco.

El recorrido por sus ambientes es la excusa para narrar algo de lo que allí fue vivido y, sobre todo, aquello que ya no podrá ser, conjugando con una emotiva intensidad su amor hacia la casa, las personas que la habitaron y las historias que allí se sucedieron. Del mismo modo nos guía por barrio, y a modo de sociología urbana, traza un contorno de sus personajes y costumbres.

Uno de los capítulos más hermosos es un recorrido por los libros de su biblioteca, que sirve como pretexto para despuntar algo así como la historia de los libros en su familia.

Libro ideal para aquellos que hacen de su casa un mundo, para leer al final del día, tendidos en nuestro rincón favorito mientras escuchamos este tema.

Palabras prestadas: Pascal Quignard


 Pascal Quignard, Vida Secreta (Espasa, 2005) 
Cuando uno llega a ese momento, sabe de repente que, impotente para acrecentar la fiebre de lo que está viviendo, o incluso incapaz de perpetuarla, esa fiebre va a morir. Uno llora de antemano, bruscamente, para sus adentros, en una esquina de la calle, deprisa y corriendo, atemorizado por la posibilidad de atraer la desgracia sobre sí, pero también por profilaxia, con la esperanza de despistar o retrasar al destino.
Sólo amamos una vez. Y no somos conscientes de la única vez que amamos, porque la estamos descubriendo.

Descubrir y reconocer no determinan regímenes semejantes. Descubrir y reconocer son como nacer y envejecer. A partir de ese instante de máxima altura que imagino como el desbordamiento de un río (como levantarse de la cama), todo lo que está a punto de ocurrir ya no desvela nada, pero lo recuerda todo.
Reconocer es un régimen tan terrible pero aún más fascinado de lo que puede llegar a serlo el fulgor del flechazo, y todavía más despótico.
Pasar de la pasión al amor es una ordalía.
Es una peligrosa travesía, porque la elección a la que nos expone es radical: ora azarosa, ora mortal.

Aprender era un placer intenso. Aprender equivalía a nacer. Se tenga la edad que se tenga, el cuerpo experimenta entonces una especie de expansión.
De repente la sangre fluye mejor en el cerebro, detrás de los ojos, en las yemas de los dedos, en la parte superior del torso, en la parte baja del vientre, en todas partes.
El universo se dilata: de pronto se abre una puerta donde no había puerta alguna y el cuerpo se abre con esa misma puerta.
El cuerpo antiguo se convierte en otro cuerpo. Un país desconocido se extiende o avanza a toda velocidad y crecemos con lo que crece. Todo lo conocido cobra un nuevo sentido, atrae una nueva luz, y todo lo que hemos abandonado regresa de repente a la nueva tierra con un nuevo relieve todavía inexpresable, porque no era posible preverlo.

Desafíos que no conciernen a nadie se descubren de pronto en el azar de una consecuencia que no habíamos buscado. Eso es aprender. Caen las barreras y, al caer, desaparecen las distancias. Eso es aprender. La oscuridad del bosque se desvanece. Aumenta el recorrido del viaje.
No hay que enseñar a quien no tiene alegría de aprender.
Apasionarse por lo que es otro, amar, aprender, es lo mismo.
Negándonos a explicarnos, tal vez evitábamos caer en las redes que despliega el lenguaje, en sus reglas de juego codificadas, pueriles, escolares, agonísticas, retóricas, autoritarias, demostrativas. Así nos libraríamos de la trampa donde la relación de fuerzas de los saberes y la guerra de posición de las edades prevalecían, imperceptiblemente, sobre la transmisión de la emoción.
Yo tenía miedo de reunirme con la mujer que amaba. Todos los hombres desean ese miedo.
Su deseo es su miedo.

¿Qué lazo existe entre los seres que hablan? Sólo la nada, el sentido, la esperanza semántica, la melancolía.
¿ Qué lazo hay entre los seres vivos sexuados, que nacen y mueren, que se renuevan mediante la muerte personal y a través de una escena que no es visible para ellos? Ni la palabra sola, que los convertiría en fantasmas, ni la muerte sola, que los convertiría en cadáveres, ni el goce masculino del apareamiento, que los convertiría en animales.
Queda el amor. Eso es el amor: ese resto indecible que no puede mostrarse. De ahí vienen los dos tabúes del lenguaje y de la luz.
Indecible: el lenguaje está prohibido.
Que no puede mostrarse: lo visible es tabú.

Informes de lectura - Cartas a Montale, Roberto Bazlen (Trad. Ernesto Montequin, La bestia equilátera, 2012)



No tenía ni idea de la existencia de Roberto Bazlen hasta que vi este libro en la mesa de novedades de mi librería amiga. Por la contratapa me enteré que Roberto, Bobi para los amigos, se dedicaba básicamente a la lectura y al ocio, y supo conjugar ambos contando a sus conocidos (editores y escritores) sobre los libros que leía. Hasta aquí nada nuevo, la historia está plagada de personas que hacen de la pereza y la lectura su forma de vida. Pero Bobi, y esto es lo que me tentó a zambullirme en su lectura, leía y escribía sobre los libros reivindicando su oficio de lector, alejado de cualquier academicismo y de las modas culturales.

No son críticas literarias, lejos de eso, son sus experiencias de lectura, y en esto radica la frescura y visceralidad de los textos. Si bien se intuye que Bobi sabe de lo que habla y que es un lector voraz, nada de esto es explicito sino que subyace en cada línea, lo que nos evita asistir a toda la perorata de citas y a los regodeos intelectuales que suelen plagar las reseñas o críticas literarias. Básicamente cada informe de lectura se centra en su experiencia como lector, en narrar las sensaciones, aquello que cada libro le produjo, dejando los tecnicismos como asuntos secundarios. Implacable, certero, apasionado y visceral, su abanico de lecturas incluye el ensayo y la narrativa, clásicos y modernos. Es un libro para tomar como faro de nuestras próximas lecturas.

Con la lectura de Neruda se ofendió más de lo que esperaba, Lorca fue una gran desilusión, se divirtió como loco con Gombrowicz y su Ferdydurke, la novela The looking glass de William March la describe como un libro feo de un escritor verdadero, y ante sus pelos de punta por los convencionalismos presentes en un libro de Bradbury aclara que “quizás soy patológicamente sensible a esas cosas, y por cautela convendría que se lo hicieras leer a otro”.

A su oficio de lector, se suma un gran conocimiento del campo editorial de la época, que lo lleva a analizar los pros y los contras, y a pensar estrategias y público para la publicación de algunos libros.

En cada línea la literatura vive, palpita. Y lo mejor, el libro te deja con ganas, con una lista de libros para leer y con la curiosidad de saber y leer algo más de Bobi. Así me fui enterando que la novela “El estado de Wimbledon”, del escritor italiano Daniele del Giudice es una investigación, entre real e imaginaria, sobre la vida y la obra de Bobi, partiendo de la pregunta de por qué renunció a escribir, cuando todos esperaban de él grandes obras literarias. Y más, la novela fue llevada al cine por el actor y director Mathiu Amalric. 

Para leer una tarde de domingo, cuando te hartaste de leer los suplementos culturales y los blogs sobre literatura, mientras escuchas este tema


Todo lo que cabe en un libro



Les recomiendo escucharlo con el volumen en mínimo, la musiquita se vuelve un tanto tediosa (después no digan que no les avisé)

Palabras prestadas: Clarice Lispector


Clarice Lispector, Agua viva (El cuenco de plata, 2010) 

No me gusta lo que acabo de escribir; pero estoy obligada a aceptar todo el párrafo porque él me ha ocurrido.


No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que es pasible de tener sentido. yo no: lo que quiero es una verdad inventada.


Pero arriesgo, vivo arriesgando. estoy llena de acacias que se balancean amarillas, y yo que apenas he comenzado mi jornada, comienzo con un sentido de tragedia, adivinando hacia qué océano perdido van mis pasos de vida. y locamente me apodero de los desvanes de mí, mis desvaríos me asfixian de tanta belleza. Soy antes, soy casi, soy nunca. Y todo eso gané al dejar de amarte.


No dirijo nada. Ni siquiera mis propias palabras. Pero no es triste: es humildad alegre. Yo, que vivo al costado, estoy a la izquierda de quien entre. Y en mi se estremece el mundo.


Y en mi noche siento el mal que me domina. Lo que se llama un bello paisaje no me causa más que cansancio. Lo que me gusta son los paisajes de tierra reseca, con árboles retorcidos y montañas hechas de roca y con una luz alba y suspensa. Allí, sí, allí está la belleza recóndita. Sé que tampoco te gusta el arte. Nací dura, heroica, solitaria y de pie. Y he encontrado mi contrapunto en el paisaje sin elementos pintorescos y sin belleza. La fealdad es mi estandarte de guerra. Yo amo lo feo con un amor de igual a igual.


Este texto que te doy no es para ser visto de cerca: gana su secreta redondez antes invisible cuando es visto desde un avión en alto vuelo. Entonces se adivina el juego de las islas y se ven canales y mares. Entiéndeme: te escribo una onomatopeya, una convulsión del lenguaje.

Cuentos reunidos, Kjell Askildsen (Lengua de trapo, 2010)



Cada vez que terminé de leer uno de los 36 cuentos compilados en este libro, me pregunté: cómo carajo hizo este tipo para conmoverme de esta forma en dos páginas y con tan poco.
Son relatos cortos, áridos, realistas, que pintan un universo frío, parco y a la vez conmovedor, con una economía absoluta en el uso de las palabras, a veces en una línea describe un mundo, o nos cuenta el pasado de este personaje. La soledad, la amargura, la tristeza, la vejez, las relaciones familiares y la incomunicación son los temas principales de estos cuentos donde no se visten los personajes, no se amueblan las habitaciones, ni sabemos los colores de los paisajes. Los protagonistas casi no hablan, y sin embargo tienen un timbre de voz inconfundible.
Armada como un reloj finísimo, donde la precisión tiene las resonancias mecánicas del metal pero, extrañamente, están presentes los ecos tibios de la carne. Los personajes llevan a cuestas una violencia solapada, que parece asomará a vuelta de página. Todos los cuentos presentan narradores masculinos, muchos de ellos ancianos que atraviesan sus últimos días y se enfrentan con las relaciones que los rodean en la vida cotidiana, especialmente la familia. El lector siempre llega tarde, cuando las peleas y rupturas familiares ya están instaladas, y uno no sabe bien porqué (aunque algo se intuye). Las escaleras suelen uno de los escenarios privilegiados para el cruce y desencuentro, y para mostrar la senilidad de los personajes.
Resulta desolador entrar en el universo de Askildsen, sus cuentos atacan directo al nervio, allí donde más duele, nos vemos en un mundo donde las relaciones filiales y amorosas muestran circunstancias y situaciones que no le son ajenas, la vejez está retratada de una forma tan verosímil y palpable, que es difícil imaginar que la vida será de otra forma cuando lleguemos a los ochenta años.
Para leer mientras escuchas este tema.

Aira y La Bestia


La gente de La Bestia Equilátera está en plena tarea de lograr una caterva de votos para la novela El mármol de Cesar Aira, una de los veinte candidatas al Premio del Lector que organiza la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. 

Hoy cierran una serie de posts sobre la edición del libro (a no perderse los bocetos de tapa que quedaron en el camino) con la publicación del capítulo uno de la novela. Pueden leerlo aquí
Que lo disfruten.

Palabras prestadas: Erri De Luca

Tres caballos, Erri De Luca (Akal literaria, 2002)

"Lo que no le digo es que se trata de un lugar para el después de ella. Acudimos de nuevo al amor sin retorno y volvemos desnudos a la habitación de antes."

"Hay criaturas mutuamente destinadas que no llegan a conocerse nunca y se adaptan a amar a otra persona remendando su ausencia. Es decir, son prácticas"

"Leo libros usados porque las páginas muy hojeadas y manoseadas pesan más en los ojos, cada ejemplar de un libro puede pertenecer a muchas vidas y los libros no tendrían que quedar vigilados en los lugares públicos, sino trasladarse con los caminantes que los llevan consigo por un tiempo y que como ellos tendrían que morir extenuados a achaques, infectados, ahogados tras lanzarse desde un puente con los suicidas, metidos en una estufa en pleno invierno, destripados por los niños para hacer barquitos, tendrían que morir de cualquier forma menos de aburrimiento y propiedad privada, condenados a una estantería de por vida."

Libros animados

primero organizaron su biblioteca, y ahora fueron por la librería entera:


El silenciero, Antonio Di Benedetto (Adriana Hidalgo, 1999)



Así, con el índice pendulando a los cuatro vientos: Qué alguien me explique porque Di Benedetto ocupa un lugar tan invisible en la literatura argentina! A las cinco fascinantes novelas publicadas, se suma una caterva de grandes cuentos, y en el último tiempo algunas de sus obras han sido adaptadas al cine de estas pampas. Sin embargo, poco se habla de este escritor y periodista, y que hoy sus libros estén disponibles se lo debemos al proyecto de reedición de su obra completa, que allá por los noventa comenzó la editorial Adriana Hidalgo.

De este olvido se encarga también el brillante prólogo de Juan José Saer, que vuelve sobre cada resquicio para apuntalar la teoría, compartida por buena parte de la creme de la creme del mundillo literario, que estamos ante uno de los pocos escritores de estas pampas que detenta una voz propia, que asoma a las pocas líneas de cada uno de sus relatos.

¿Se acuerdan que el padre de mafalda estaba obsesionado con el tíki-tíki-tíki de su flamante citroneta? Sáquenle la parte graciosa y paródica del asunto, súmenle una dosis de  angustia y neurosis, y ya tenemos uno de los núcleos de esta novela.

El protagonista comienza relatando un pequeño problema cotidiano: atravesando el patio de baldosas, llega a su casa un ruido. Más adelante queda develado como el ruido, ese y cualquiera, exaspera al narrador. En la primera parte del libro nos enteramos de su rutinaria vida de oficinista, de las obsesiones de su amigo con las organizaciones secretas, de su amor platónico por una vecina, y de su relación con Nina, amiga de su vecina, que terminará siendo su esposa. Sabemos también que el narrador tiene en mente escribir una novela, pero el ruido siempre irrumpe la tarea.

Para la segunda parte del libro el ruido es el protagonista absoluto que no da tregua, asedia y domina toda la vida del narrador, cada vez más alejado de los otros, hasta su aislamiento total. El final es de un vértigo y una desolación infinita.

La prosa es de una contundencia tal que nos sumerge en la neurosis del protagonista y nos arrastra junto a él, es imposible salir indemne de esta lectura. Frases cortas y despojadas hasta lo esencial. Las palabras utilizadas para retratar las situaciones y las acciones son de un realismo profundo y la mayoría de las veces cruel.

Para leer en un muelle, bajo sauces y casuarinas, tomando un rico mate con miel, mientras escuchas este tema.

La purga, Juan Filloy (El cuenco de Plata, 2004)


La idea de esta novela es delirante, y al leerla se siente que sólo la prosa de Filloy es capaz de llevarla a cabo. Escritor cordobés, declarado fóbico porteño, autor de cerca de 50 novelas, que acostumbra titularlas con siete letras, fanático hacedor de palíndromos,  paródico, erudito, grotesco, irónico, fue reconocido por Cortázar como uno de sus maestros (con alguna que otra referencia a su obra y persona en Rayuela). En la web pululan interesantísimos perfiles sobre este personaje que lo tildan como el gran secreto de las letras argentinas.

En esta novela, un déspota omnipotente lleva adelante una emboscada disfrazada de Congreso internacional de pintura (la Otho World Painting Conference), para destruir a los representantes del arte contemporáneo, con el fin de recuperar e instaurar los valores del Renacimiento. Esto sirve de excusa para hilvanar un despiadado y crudo retrato del mundo del arte de su tiempo, y también como una crítica mordaz a los totalitarismos. En este sentido, cobra un valor especial saber que fue escrita en 1977, a un año del inicio de la última dictadura militar.

A poco de comenzado el relato, Filloy se despacha con uno de sus juegos preferidos: una lista de más de 300 movimientos artísticos, en los que se mezclan algunos reales, con otros derivados de sus delirios e invenciones. Como buena parte de la novela, oscila entre cierta erudición y el grotesco, lo chabacano y lo culto pueden convivir en una misma línea. Narrada con un estilo cien por ciento Filloy, donde la parodia, la ironía y cierta crítica caústica pululan en cada página, asegurándonos una lectura plagada de carcajadas.  

Para leer mientras tratamos de entender el derecho o el revés de esa pintura que cuelga en un muro de ArteBA, mientras escuchas este tema

Nos vamos al oeste